Si el ambiente del fútbol recurre a una expresión habitual para definir a los equipos estresados por la posibilidad de perder la categoría, “El fantasma del descenso”, ayer en Junín se descubrió la expresión inversa: a Atlético lo martiriza “El fantasma del ascenso”. Lo que hasta hace pocas fechas era un dulce camino entre sueños, la inminencia de la Primera A, de repente se convirtió en un tormento: seis derrotas en los últimos ocho partidos, tres caídas consecutivas, un tobogán del primer lugar al quinto y la amenaza que hoy, si Santamarina le gana a Huracán, los puestos de ascenso serán historia.
Lo que pasó en la incendiaria tarde de Junín (32 grados, insoportable jugar a las 16) fue para una película de Freddy Krueger: un equipo con andar fantasmagórico, jugadores adormecidos, un diagrama táctico vulnerable, un técnico que parece haberse quedado sin un plan alternativo ante el desplome de las últimas fechas y, para colmo, un rival directo que fue todo lo contrario. Porque enfrente de un Atlético que no jugó -ni sintió- el primer tiempo, hubo un Sarmiento encendido desde lo futbolístico y lo espiritual que, después de un 3-2 que mereció ser un 4-1, parece haberle dicho “hasta nunca” en la tabla. El “decano” ya debería resignarse a que los de Junín se hayan asegurado el cuarto puesto: con un partido menos, le sacó tres puntos.
Lo mejor para Atlético fue que evitó la goleada que se asomaba tras el 3-0 parcial. La postal del primer tiempo fueron los gritos desesperados –y a veces recriminatorios- entre los propios jugadores, en especial de Pablo Garnier a Nicolás Romat mientras Sarmiento se hacía un festival entre el lateral derecho y Juan Martín Imbert.
Ya en el segundo tiempo, y en simultáneo a que Lucas Calviño evitara la goleada, el ingreso de Leandro Díaz le dio otro aire a Atlético y llegó el doble descuento, por Díaz y Rodríguez (penal) que maquilló el resultado, pero no el derrumbe. Es Atlético, el fantasma del Ascenso y un DT, Rivoira, que quedó tan tambaleante como el sueño de la A.